El primer día





La puerta se cierra tras de sí ahogando el griterío de fondo. Las motas de polvo cabalgan sobre los primeros rayos de sol que se cuelan por la ventana. Relojes parados se adivinan entre las sombras. Se acerca, sigilosa, sin querer despertarlo de aquel letargo en el que lleva años sumido. Apoya la mano sobre su fuerte cola tapada por una roída sábana que antaño cubrió su cama de infante. Ahí está, majestuoso, impasible ante el paso de los años, todavía la recuerda.  Él la ayudaba a vivir intensamente, a volar sobre los mares embravecidos y las montañas nevadas. A sentir que llevaba las riendas y que nada conseguiría derrumbarla. Ya no recuerda que la hizo detener el vuelo, un susurro de norte o la promesa de un océano cálido… Momentos vividos con intensidad quedaron desterrados al rincón más oculto de su alma. Ya lo había olvidado.

La desesperación y la gravedad, se apoderan de ella cuando se enciende la llama de su interior al sentirle tan cerca. La impone más respeto del que jamás habría imaginado. La censura de su ignorancia, puede más que sus ganas de volar. Sus notas quedan atrapadas en la oscuridad, en el tiempo, en la angustia… Todo gira, tiene que cambiar de posición porque siente que el suelo se inclina. No puede permitirse caer esta vez, sabe demasiado, lo sabe todo. Sabe que no hace mal, pero su propia crítica, su mirada lo encuentra sucio y rastrero. Comprende que la única manera de poder continuar es acariciar el marfil con sus manos, dejarlas danzar sobre el mar helado, bajo sus dedos. Desafinará, y odiará el sonido que produzca al golpear sin sentido, no querrá volver a escuchar la melodía. Mas lo hará, es la única manera de sentir que está viva.

Hoy es el primer día de muchos, en los que el miedo será el caballero que la acompañe en este baile.  No la dejará caer, quizás algún día decida irse o tal vez sean inseparables. Comprende que no la hará daño, le necesita para luego perderle el respeto. Conseguirá traspasar la barrera, aquella que la separa del mundo real, del onírico, del infierno, de cualquiera al que se atreva a acercarse. Retira las gruesas cortinas que la separan del mundo, deja entrar aire fresco para impregnarse de su esencia y apoderarse de su energía.

Quiere volver a surcar los cielos,  enamorarse en cada destino, bailar sobre la hierba mojada… Se acomoda en el deslucido banco, casi sin darse cuenta, sus largos dedos se apoderan de las teclas. Las notas antes desafinadas vuelven a ser armoniosas, limpias, la música fluye sin esfuerzo aparente. Sólo una tecla desafinaba y sus dedos insistían en recordárselo. El sonido era estridente, cada vez molestaba más…


Abrió los ojos y allí estaba aquel horrible despertador. ¡Todo había sido un sueño¡ Salió de la cama, abrió el cajón donde guardaba la llave del cuarto de música y salió en su busca. Introdujo la llave con impaciencia y respeto al mismo tiempo. Al abrir un silencio espectral reinaba en la sala. Sus pies descalzos se acercaron con cautela al viejo piano, acarició su piel de cebra y al mismo tiempo que se sentaba comenzó a mover con ritmos sus dedos. Su corazón florecía entre las tinieblas, su miedo se convirtió en pasión, en atolondramiento, no podía parar. Su cuerpo ondulante viajaba al ritmo de la melodía, tenía ganas de gritar, de abrazar a ese objeto inanimado que tanta vida le daba. Hoy era el primer día de muchos.

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