Alfombra roja


En la mesa se confunden las brochas, pinceles y cremas. Una taza de té caliente la abriga del frió que la ha provocado la inesperada visita. Mientras observaba su belleza natural, la he visto de nuevo…

Avanzaba como un gato negro  sobre la roja alfombra, fuerte, segura, enigmática. Necesitaba la frescura del público. Cuanto más gritaban y aplaudían, más brillaba. La hacían sentirse viva, querida. Ellos hipnotizados por su luz, sólo alcanzaban a vitorear su nombre.

Dentro todo era diferente, entre voces, focos y cortinas se volvía a esconder para encontrarse con ella misma. Era una jonki del reconocimiento, el cual pensaba no se merecía y la hacía ser presa del pánico. Esto la hizo caer de lo más alto, recorrer caminos intransitables y dormir lejos de su hogar. Conoció personas que la necesitaban para vivir. Su luz les hacía sentirse importantes, a cambio la llenaban el corazón de mentiras y de la falsa creencia de que era importante para alguien. Pronto todo se rompió en añicos, dejó de soñar, de brillar y lo peor de todo, se olvidó de quién era. Se dejó morir.

Cada vez que intentaba renacer, volvía a ocurrir lo mismo. Los aplausos quedaban acallados por las miradas en la sombra. Estas le hacían sentir soledad y  la necesidad de tener  alguien a su lado se hacía irresistible, fuera quien fuera. Aun cuando su imagen era resplandeciente y devastadora, su interior estaba cada vez más vacío. Su mundo, más bien, su infierno, transcurría entre bastidores, sombras y máscara de pestañas.

Un día, nunca supo muy bien por qué, consiguió mirar a los ojos al malvado espejo, que no paraba de repetirla una y otra vez, la necesidad de su compañía para deslumbrar al mundo. Despojándose de toda su belleza externa, por fin vio a la niña que gritaba desde lo más profundo suplicándola que la dejara salir y así consiguió renacer. Ya no deslumbraría nunca más, no necesitaría de nadie para sentirse fuerte, sería fiel a sí misma. Esta vez brillaría con más intensidad, en privado, sólo para aquellos que vivieran en su nuevo corazón.

Tengo la suerte de habitar en él y notar sus latidos cada día más fuerte. Soy testigo de sus pasos a cada instante y hoy aquí he vuelto a recordar. La madurez le ha regalado, aceptación, compañía,  sabiduría y sobre todo hermosura de esa que no se ve, sino se siente.

Hoy el malvado espejo la ha cogido por sorpresa. Entre dorados y grises, entre fantasía y realidad, la ha deslumbrado por un momento. Ella casi falta a su juramento y como si de un pirata tuerto se tratara, con su bravura y serenidad, le ha dicho:

-Sigue tu viaje, aquí nadie te necesita. No necesito deslumbrar.


Y lo mejor de todo, yo estaba a su lado, para sujetar su mano. Aunque esta vez sabía que no se iba a caer.


Ana
Imagen de la red

Luz roja


Me dirijo al extrarradio, fascinada por los nuevos paisajes de luz y asfalto que se despliegan  alrededor. La mayoría ha terminado su jornada, yo, sin embargo, soy espectadora de unas vidas que podían haber sido la mía. Todo me parece ajeno, cercano, al mismo tiempo, conocido, nostálgico e incluso onírico. La luz de los fluorescentes no permite que me adentre en la calma de la noche.  Los cuerpos se rozan, los olores se mezclan, los tonos incansables de los teléfonos se atropellan unos a otros y las voces… Necesito mirar por la ventana. Tal y como haría un niño, limpio con impaciencia el vaho acumulado en el cristal, necesito salir. Una idea cruza mi cabeza:

-Quizá hoy no hayan visto la luz del sol, ¿están vivos?

Tengo frío en los pies. Intento despejar mi mente, pensando en mi destino, una luz roja llama mi atención. Alguien ya ha llegado a su destino y miro a la puerta que se despliega hacia el interior. Entran nuevos compañeros de viaje, esta ocasión son una pareja de enamorados, ajenos al mundo, besándose, hablándose, riéndose… ¡Por fin un poco de color!

Por primera vez me doy cuenta de la televisión que nos acompaña en el viaje. Noticias agradables y teletienda se entremezclan en silencio, como si de un buen pastor se tratara, impidiendo que las ovejas salgan del redil…todo me parece tan surrealista. Me encuentro atrapada en un mundo ajeno. ¿Qué es lo que me angustia? No consigo diferenciarlo. ¿Son los recuerdos? o tal vez, la idea de no poder parar un futuro devastador…Otra vez esa luz, miro por la ventana y reconozco el lugar, algo ha cambiado, el paso del tiempo es innegociable para todo. Consigo distinguir la zona, agacho la cabeza no quiero que nadie me reconozca, la apatía y el desánimo se han apoderado de mi. Limpio de nuevo la ventana y distingo, el que fue mi hogar más de veinte años, "Está la luz de la cocina encendida ¿Seguirá igual?"pienso.

Tantos recuerdos, todo es confuso…la luz roja, de nuevo, es mi parada…por fin puedo respirar.


Ana
Imagen de la red